martes, 29 de enero de 2008

ENSAYOS

idejeguz@gmail.com
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Susurros . Revista colombiana de cultura. N° 15 - Abril 2007
Redacción: Abimael Castro, Hernando García Mejía
Dirección: 10 Place Morel, 69001, Lyon, Francia.
jefi.geo@yahoo.com

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Lectura y escritura en el proceso educativo
Iván de J. Guzmán López * iguzman2007@une.net.co , idejeguz@gmail.com



Es consolador soñar
mientras uno trabaja
que ese barco –ese niño–
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga
de palabras (y de amor)
hacia puertos
distantes, hasta islas
lejanas.
Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia
barca, en marcos nuevos
seguirá nuestra bandera
enarbolada.

Hno Fermín Gainza Elgueda


Fotógrafa: Sandra Inés Zea Uribe, Medellín
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Este poema, del Hermano Lasallista Fermín Gainza Elgueda, ilustra bellamente un proceso educativo, en el corazón de un maestro verdadero, el que enseña a leer, a pensar y a vivir, y enseñando, bota naves – niños– hacia puertos lejanos, insospechados. Sirva, pues, como epígrafe de excepción para nuestro propósito: el tema de la lectura, la escritura y el proceso educativo.

Se debe aclarar que, aunque siempre que escribimos sobre el proceso educativo evocamos el proceso escolar, entendido este como el recorrido por la escuela, desde pre jardín hasta el postgrado, el proceso educativo comienza desde la concepción y únicamente termina con la muerte. Al respecto, la poetisa y premio Nobel Gabriela Mistral decía que la verdadera educación del hombre comienza veinte años antes de su nacimiento, apoyada esta sentencia en la teoría psicogenética de Piaget, específicamente en los elementos herencia biológica y herencia cultural.

El proceso educativo es, pues, todo lo que el hombre aprende y desaprende durante su ciclo vital.
Toda la historia del hombre ha estado signada por la lectura. En los albores de la humanidad, cuando no existía la escritura, se hacía una lectura permanente y más o menos selectiva mediante los sentidos. Ojos, oídos, tacto, gusto y olfato “leían” permanentemente el entorno, y una cierta experiencia básica, a la manera de Gastón Bachelard, proporcionaba una información previa –aunque no suficiente– para afrontar la realidad y construir una visión del mundo.

Esta lectura, simple y llana, se denomina lectura natural. El ser humano, desde el vientre materno hasta el momento en que inicia el aprendizaje de un idioma, es un lector natural; hacia los cinco o seis años, según la legislación educativa de cada país, salvo casos excepcionales, que por desgracia son muchos, inicia el proceso de aprendizaje de un idioma y, por lo tanto agrega
otra forma de lectura a la natural: la lectura aprendida.

Así la lectura – natural y aprendida, la una complementando a la otra, a lo largo de toda la vida – se convierte en eje, se presenta transversal a toda etapa o proceso educativo y lo hace productivo o no, lo acelera o retrasa, según la intensidad de su presencia.

Bajo este presupuesto, se hace indispensable estimular procesos de lectura desde la más temprana edad; en los bebés, ojalá desde la quinta o sexta semana de gestación, pues está demostrado que desde este momento el ser humano cuenta con todo su sistema sensorial suficientemente desarrollado para hacer lectura natural.

La madre y el padre deben saber que luego de las seis semanas de gestación, el bebé empieza a leer su entorno y el de la madre y adopta ritmos corporales acordes con los estímulos que reciba. Es preciso, entonces, que la madre se acaricie el vientre mientras le habla, lee o canta; o recurra a las clásicas técnicas de estimulación temprana. O, simplemente, hable al bebé de cosas cotidianas pero con una carga afectiva adecuada e intencional. El padre no debe ser, en ningún momento, desconocedor o actor pasivo de estas circunstancias.

A esta altura, debemos recordar que “la inteligencia es susceptible de desarrollarse, tanto como estímulos positivos reciba”, según la psicolingüística. Un buen proceso de lectura debe consultar con la etapa de desarrollo cognoscitivo por la cual se atraviesa, las características, gustos e intereses del lector, así como una cuidadosa selección de estímulos y lecturas, observando con cuidado no sólo la edad cronológica sino también la edad mental.

Desde las seis semanas de gestación, citadas anteriormente, se debe gozar de la literatura, que en su sápida estructura se inicia con canciones de cuna y nanas; prosigue con las poesías, las rimas infantiles, las retahílas, las rondas, los trabalenguas y las adivinanzas, continúa con el cuento popular tradicional, el cuento literario, la novela juvenil, y termina con la gran literatura, en especial la clásica, imposible de omitir por su técnica, manejo del lenguaje, estilo, universalidad y vigencia del tema.

Entre cero y dos años, el bebé está en la etapa sensorio motriz, lo que implica que sus necesidades de lectura deben ser satisfechas teniendo en cuenta sus intereses de desarrollar los sentidos y la motricidad. Se le debe dejar tocar diferentes objetos como libros plásticos, de tela, pasta dura o juguetes; hacerle gestos, sonreírle y acariciarle; imitar voces de animales y empezar juegos de palabras que le permitan desarrollar sus sentidos e iniciarlo en la formación de una visión estética, así como en la construcción del lenguaje. No pueden faltar, al oído del bebé, las canciones de cuna, las nanas, las canciones y los juegos con palabras.

De dos a cinco años, el ser humano se encuentra en la etapa de representación preoperatoria, donde se empieza a desarrollar el lenguaje oral, se percibe la relación de palabras e imágenes, se distingue el ritmo y sonido de las palabras y se comienza a desarrollar el sentido de la narración. No deben faltar los cuentos que introduzcan conceptos sencillos de forma, color, tamaño y número, con lenguaje rítmico y repetido y donde el protagonista sea un niño o niña como quien escucha.

El pensamiento intuitivo ocurre entre los cinco y los siete años. Con él se desarrolla el concepto de identidad individual, el de la narración y se tiene una vida imaginativa rica, que ayuda a entender la realidad. Los cuentos clásicos son fundamentales, entonces, porque presentan finales felices y justos, permiten trabajar temores personales, enriquecen el mundo interior y son predecibles pero con final sorprendente.

Entre los siete y los nueve años se vive la etapa de operaciones concretas, donde se reconoce la existencia de opiniones ajenas, se desarrollan las preferencias por los temas realistas y se generan ideas, al igual que la capacidad para manejar conceptos. Es la época de los cuentos sobre los problemas propios de esta edad, el cuento literario y las novelas cortas.

Las operaciones concretas se perfeccionan entre los nueve y los once años; mediante ellas se reconoce el significado de los símbolos y el lenguaje figurado, así como el sentido del humor; se adquiere el gusto por la aventura y el suspenso y se acepta la realidad, sin olvidar la fantasía. Se deben leer novelas para jóvenes, de aventuras y de amor e iniciar temas de actualidad.

La etapa de las operaciones formales, presente de los doce a los trece años, permite a la persona hacerse consciente de su papel social y tomar posiciones de reflexión o crítica. Es la época clásica de la novela juvenil y de aventuras.

De los catorce años en adelante se afianzan las operaciones formales y con ellas la lectura crítica, sustentada en novelas extensas, libros de ensayos, cuentos modernos y textos expositivos que inicien en la propia producción de textos.

Este recorrido vital enmarca un proceso de lectura que, sin lugar a dudas, forma un criterio y forja una personalidad capaz de soportar los embates de la vida y de afrontar con éxito las pruebas de las responsabilidades académicas o escolares que, dicho sea de paso, deben estar orientadas hacia la formación más que a la acumulación de conocimientos. Esta última circunstancia, lamentable en educación, es denominada justamente por Paulo Freire como concepción bancaria de la educación.

El escritor español Jordi Sierra i Fabra dijo, alguna vez:

Leía un libro al día. Soy hijo de la lectura. Lo que sé, lo extraje siendo niño de cuanto leía. Mis primeras lecturas fueron emocionantes, y de ellas aprendí el ritmo narrativo, que es hoy una de mis principales virtudes. De todas formas lo único que yo quería era leer. Con los libros viajaba a todas partes” .

El poeta y narrador colombiano Hernando García Mejía escribió en sus memorias:

“Estas memorias relatan la forja de un escritor que después de cursar la primaria en el pueblo natal se internó en el campo a trabajar y a leer. A los veinte años, tras devorar a luz de vela buena parte de la gran literatura clásica universal, dejó el azadón, el machete y el canasto de cogedor de café y se marchó a Medellín”.
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Eduardo Carranza, poeta de Colombia, como gustaba nombrarle el inolvidable Neruda, declaró a sus biógrafos:

“He pasado las tres cuartas partes del tiempo que me dura la vida leyendo, leyendo, leyendo. Leyendo de todo: desde los poemas de Homero hasta las novelas de Simenon. Con sedienta e insaciable curiosidad. He sido un lector desordenado. A veces tengo al alcance de mi mano tres o cuatro libros diversos: novela, ensayo, poesía, historia”.

Tomás Carrasquilla, el precursor de la novela histórica, al lado de Balzac y Hugo, consignó en su autobiografía:

“Por allá...se lee muchísimo. En casa de mis padres, en casa de mis allegados, había no pocos libros y bastantes lectores. Pues ahí me tenéis a mí, libro en mano a toda hora, en la quietud aldeana de mi casa. Seguí leyendo, leyendo, y creo que en el hoyo donde me entierren habré de leerme la biblioteca de la muerte, donde debe estar concentrada la esencia toda del saber hondo”.
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Y así, pudiéramos citar a Gabo en el delicioso y conocido pasaje de cuando su abuelo lo llevó a conocer el hielo, o a Marcel Proust con su evocación de la lectura, o a Estanislao Zuleta, a propósito de su famoso texto Sobre la lectura, o a Nietzsche con su Zaratustra, o a nuestro Fernando González con su Viaje a pie..., pero me parece que los paradigmas presentados son suficientes, formativos y felicitarios, sobre la importancia de la lectura y la escritura en el proceso educativo.

Recordemos, a esta altura de nuestro texto, que el proceso educativo –el proceso lector– se inicia
en el vientre materno, o antes, como ya se dijo, y termina con la muerte. El paso por la escuela (en sus diferentes niveles) no es más que una pequeña etapa del proceso educativo, fructífera si cumplió realmente su verdadera finalidad como lo es enseñar a pensar; deficiente si sólo proporcionó datos y diplomas, porque deja al profesional indefenso en la mira del analfabetismo funcional.

Finalmente, para dar fundamento sólido al proceso lector y empezar a bordear los caminos de la escritura, tengamos presente el siguiente enfoque de la lectura, a mi juicio certero, porque la presenta como un placer pero también como arte capaz de producir un texto nuevo: es el enfoque transaccional. Esta es la concepción más reciente sobre la lectura y proviene de la teoría literaria; fue desarrollada por Louise Rosenblatt. Para Rosenblatt (1985), transacción, tal como lo utilizara John Dewey (1949) significa una relación doble, recíproca entre el cognoscente y lo conocido. Afirma que la obra literaria ocurre en la relación recíproca entre el lector y el texto y llama a esta relación una “transacción” a fin de enfatizar el circuito dinámico fluido, la ínter fusión de lector y texto en una síntesis única que constituye el significado, ya se trate de un informe científico o de un poema.
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Rosenblatt dice:

“El poema debe ser pensado como un suceso en el tiempo. No es un objeto o una entidad real. Sucede durante la compenetración del lector y el texto. El lector trae al texto su experiencia pasada y su personalidad presente. Bajo el magnetismo de los símbolos ordenados del texto, él dirige sus recursos y cristaliza, con la materia prima de la memoria, el pensamiento y el sentimiento, un nuevo orden, una nueva experiencia que él ve como el poema. Este llega a ser parte del flujo perpetuo de su experiencia para ser reflejado desde cualquier ángulo importante para él como ser humano”.

Este enfoque trasciende otras formas de lectura, al enfatizar la dinámica del proceso en el cual observador y observado (lector y texto) se confunden en un tiempo único y surgen del mismo, transformados. En este enfoque el lector construye un texto paralelo y estrechamente relacionado con el texto editado, pero no idéntico al que el autor tenía en su mente antes de expresarlo por escrito. Entre el lector y el texto se da un proceso de transacción a través del cual ambos se transforman. En el lector se enriquecen, sustancialmente, los procesos de asimilación y acomodación, descritos por Piaget en sus trabajos de psicolingüística.

El texto editado, de acuerdo con Goodman, ha sufrido un proceso de selección de la información en el que intervienen no sólo las exigencias lingüísticas para acomodar esa información a la expresión escrita, sino también el propósito del autor y la consideración del público al que se dirige. El lector, por su parte, selecciona, de toda la información contenida en el texto, la que considera más relevante según sus conocimientos y experiencias de vida y según el objetivo que guía sus lecturas. En consecuencia, el texto construido por el lector no será idéntico al del autor, puesto que no involucra una serie de inferencias y referencias que están basadas en los esquemas propios del lector. El texto, así construido, es el que el lector comprende. Cualquier referencia posterior que haga el lector respecto de lo leído, tendrá por base el texto construido por él y no el publicado por el autor.

Somos lectores, viajantes de biblioteca en biblioteca, de libro en libro, de imágenes en imágenes, buscadores de asombro, como en la primera noche cuando nuestra madre nos leyó Las mil y una noches, con la voz trémula de emoción y de sueño.
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*Coordinador del programa Fomento de la lectura de la Caja de Compensación Familiar de Antioquia “Comfama”. Columnista del periódico El Mundo de Medellín, colaborador de El Colombiano y otros periódicos y revistas de la ciudad. iguzman2007@une.net.co , idejeguz@gmail.com
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Nuestro invitado
Las fotografías utilizadas en el diseño de la revista pertenecen a La FUNDACIÓN VÍZTAZ, http://www.viztaz.com.co/ , pionera y líder en la realización de proyectos de recuperación, preservación y difusión del patrimonio cultural, utilizando las nuevas tecnologías. También realiza trabajos en las siguientes áreas: fotografía análoga y digital, multimedia en CD-ROM, banco de imágenes digital, sistematización de archivos fotográficos empresariales y restauración de fotografías. Ha desarrollado proyectos y productos como: Un siglo de vida en Medellín, Fotografía Colombiana 97 - 98, Medellín 2000, Archivo del patrimonio Fotográfico y Fílmico del Valle del Cauca, La región de Occidente vista por sus fotógrafos, Antioquia Toda, Antioquia desde el Aire y Vive Medellín. Fotografía Colombiana
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